Una hermosa casualidad.

El, sumido en su soledad intentaba salir del infierno en el que se había convertido su vida, con las uñas desgastadas de aferrarse a vanas esperanzas, cansado de ser el Quijote que lucha con gigantes y mirando de reojo a tanto Sancho feliz.

Ella, frágil como los pétalos de una rosa marchita, cansada de tanta espina, se pintaba cada mañana la cara de felicidad ocultando así su realidad, asqueada de tanto príncipe azul de los que acaban destiñendo.

Hermosa casualidad cuando el caballero de triste mirada y la princesa sin sonrisa decidieron por separado empezar a caminar por un lodazal camino a Utopia en busca de la felicidad.

En su búsqueda, cabizbajos se cruzaron por ese lodazal, sucios, cansados levantaron la vista y se miraron a los ojos. El, empezó a limpiar el rostro a la princesa triste, mientras ella le quitaba la esa armadura tan pesada y que por tantos años portaba el caballero de mirada triste y se desnudaron el alma.

Conversaron durante horas, desde dentro, sin temor y poco a poco sus labios perfilaron una sonrisa, sus ojos ya no brillaban por las lágrimas sino de felicidad y decidieron embarcarse en la aventura de amarse, la aventura de recorrer juntos el camino de la vida.

Una hermosa casualidad, un cruce de caminos, dos almas que sin buscarse se encontraron. Desde entonces los gigantes son molinos, las rosas no marchitan y las sonrisas no se maquillan.